Por andar de Putas
Por andar de Putas.
(Cuento para los de la Santa
Inquisición contemporáneos)
Siempre lo pensó: a las mujeres
las violaban por andar de “putas”. Como si existiera licencia abierta y vigente
para violar y asesinar prostitutas. Que si una mujer desplegaba la conducta o
actitud que él entendía como de “puta”, invitaba a ser violada o asesinada,
como si portara un disfraz de venado y se fuera al monte en tiempo de cacería.
Su concepto claramente era una falacia,
porque ni es permisible, ni es atenuante de los delitos de violación o asesinato,
que la mujer se dedique a ejercer la profesión más antigua del mundo.
Pero pronto tuvo que revisar sus
conceptos.
Todo empezó cuando llegó el tío
Ramiro, hermano de su madre, un año mayor que ella, y en tertulia familiar
empezaron a recordar los viejos tiempos, cuando aún eran solteros. Y el tío
Ramiro empezó a recordar que Marga (la mamá), era adicta a las minifaldas,
usaba zapatos de plataforma o botas hasta las rodillas y unas pantiblusas que
parecía que se le pintaban en el cuerpo. Recordaron las protestas del abuelo
(q.e.d.) que decía que no dejaba nada a la imaginación, y todos reían. Supo que
su mamá era rompecorazones. De las veces que se le juntaron dos y se agarraron
a jodazos en el porche de la casa, hasta que el abuelo salía con un bate de
béisbol a correrlos. Y reían y reían.
Le zumbaban un poco los oídos
ante el choque de sus pensamientos, ya que nunca había pensado como era su mamá
de muchacha. Pensaba que era como una santa, que vivió encerrada en su casa
hasta que su padre la favoreció al ofertarle santo matrimonio.
Pero no, su madre había sido una joven
que alguna vez tuvo vida propia, y le gustaba ser guapa y ser admirada, y salir
y divertirse. Se caían de la risa cuando recordaban que el abuelo siempre
vigilaba que la falda del uniforme escolar le llegara hasta las rodillas, pero
cuando salían de la casa, el tío Ramiro a regañadientes le detenía los cuadernos
para que ella pudiera darle unos tres dobleces a la falda por la cintura, que
tenía mucho cuidado en desdoblar cuando llegaba a aquel colegio de monjas.
Lo peor. Recordaron que cuando su
mamá, ya estando de novia con su papá que era muy enfadoso, pues no le gustaba
bailar y se la llevaba en los billares, que cuando se iba de la visita a las
nueve de la noche, su mamá se vestía con su minifalda, y pantiblusa, y zapatos
de plataforma, y se escapaba a la Disco a Go Go con sus amigas a tomarse unas
copas y a bailar, de lo que se enteró su padre cuando su madre tuvo la mala
suerte de ganar un concurso de baile y salir en el periódico. Decía el tío Ramiro
que bailaba como las muchachas de las jaulas. Y su papá se reía a carcajadas.
No lo podía entender. Y el tío Ramiro recordó cuando su mamá, ahora su abuela,
hacía lo mismo después de la visita que terminaba con el ruido de la bacinica y
el tendido de catres a las ocho de la noche. Su mamá puso cara de gusto y
corrió por un álbum de fotografías, y todos admiraron a la abuela en aquella vieja
fotografía (pegada en cartulina negra y con unas escuadritas blancas en las
esquinas para detenerla) con zapatos oscuros como de colegio (la fotografía era
en blanco y negro), con una falda circular y una blusa que parecía reventar por
enfrente de lo ajustada y del volumen de lo que sostenía, con un paso de baile
donde parecía suspendida en el aire con la falda volando que permitía admirar unas
juveniles y bellas piernas y se asomaban los tirantes de un liguero. ¡Que es eso¡
Su abuela y su madre andaban de putas¡¡¡ Y apareció en su comisura un remedo de
sonrisa cuando recordó que ése día un cliente lo insultó diciéndole “hijo de
puta”.
Fue sacado de su pensamiento por
una voz a sus espaldas que dijo: “¡Buenos noches familia!” Era la voz cantarina
de su hija. Y todo mundo empezó a decirle “¡Waw! Guapísima¡Hermosa¡ ¡Me encandilaste¡”
Por lo que tuvo que voltear, y quedarse con la boca abierta al ver la espigada
figura de su hija con unos altos zapatos de tacón, unos leggins que si no hubieran
sido azul marino no se notaran, con un blusón que le llegaba debajo de las
caderas que acentuaban la breve cintura y el juvenil busto. El cabello oscuro,
lacio y largo, hermosamente brillante, y aquel rostro que tanto quería con un
ligero maquillaje que acentuaba sus bellas facciones. Tragó gordo y le
preguntó: “¿Y tú, adonde tan peinada y a las once y media de la noche?” Recibiendo
como respuesta: “hay papá, si a esta hora empieza todo. Voy a una “juntada” con
mis amigas. Vamos a despedir a los que se van a ir a las Universidades fuera de
la Ciudad”. Y vio el brillo de sus bellos ojos, y sintió como marrazo el recuerdo
de la canción: “Y te haz pintado la
sonrisa de carmín, y te has colgado el bolso que te regaló, y aquel vestido que
nunca estrenaste, lo estrenas hoy, y sales a la calle buscando amor…”
NO,NO,NO. Sus conceptos empezaron
a chocar en su cabeza. “¿Y vestida así? Le dijo, y le llovieron puyas y burlas:
”Ve el viejooo¡” “Déjala, tu hija es buena niña¡” “JaJa, es que está sucio el
traje de monja” Hasta que sintió el llamado de la mirada de su mujer que le
dijo: “Déjala. Así se ve bonita. Es joven y tiene derecho a divertirse”. Iba
protestar encabronado cuando sonó el timbre y entró una parvada de muchachas.
Todas vestidas de alegría y de risa, saludaron, unas entraron al baño, y como
una parvada se fueron bajo la lluvia de recomendaciones que a gritos todo mundo
les hacía: “Tomen bebidas embotelladas” “cuídense” “repórtense” “no se queden
solas” “cuidado en los estacionamientos”¡¡¡ Y el estómago se le hizo nudo! Su
mujer, que conocía todas las sombras de su rostro le dijo para calmarlo: “Estará
bien. Es joven. Es libre y es buena muchacha. Estará bien”. Y sonrió.
Y recordó a las muchachas que
había acosado léperamente en un Bar la semana pasada porque andaban de “putas”
sin la compañía de un hombre. Eran hijas de alguien. Y a su abuela, y a su
madre, y ahora a su hija.
Y a su abuela, y a su madre, y
ahora a su hija… Ellas no andaban de “putas”. Entonces tampoco la abuela, la
madre y la hija de los demás.
Se avergonzó de sí mismo. Se dio cuenta
que lo que debía de haberle recomendado a su hija era: “Ten cuidado de pendejos
como yo”.
Apuró la cerveza. Entrecerró los
ojos y repitió en su interior como si rezara, como si suplicara: “ten cuidado
de pendejos y depravados como yo”.
Lic. Jesús Hidalgo Contreras.
18 de septiembre de 2017.
Comentarios
Publicar un comentario