Recuerdos de mi niñez
Recuerdos de mi niñez
Me gustaban los sábados¡¡
Te levantabas en la mañana y la
casa olía fresca, recién limpiecita por la mamá que no paraba de sacar ropa
sucia, juguetes de debajo de la cama, poner sábanas limpias y con las ventanas
abiertas para que entrara el aire limpio que venía de la cañada. Parecía que el
fresco aire metía más luz a la casa.
Luego, como a las once de la
mañana, mi amá se ponía muy linda y agarrábamos camino para el “otro lado”, al
“Puchi” o al “Safewey” por el mandado. A veces entrábamos al “Peny” y me
compraba un trompo o una bolsa de soldaditos de plástico, o un papalote. A
mitad de las compras nos cruzábamos a los “hotdogs” con “rutbeer” enfrente del
“Peny”, enseguida de la papelería “Wise” que olía muy bonito y que vendía cosas
muy caras. Si nos iba a comprar ropa, entrábamos a la “Villa de París”, donde
si había dinero también nos compraban unos tenis: blancos, de lona, con una
estrella azul en el tobillo.
Luego, cargados de paquetes, nos
veníamos a México, siempre con el pendiente que nos fueran a decir algo en la
“pasada”, pero generalmente no nos decían nada. Si había que comprarme zapatos,
llegábamos a la “Canadá”, y de ahí nos veníamos a las verduras y al pan en “La
Norteña” de Eduardo Monarque, donde también comprábamos la carne con mi padrino
(Jesús Robles), que si había, nos regalaba unos huevos de toro. Enseguida de la
norteña comprábamos las tortillas de maíz, recién hechas y a mano, donde en el
mostrador había unos recipientes planos con algo pegajoso que tenía pintada una
mosca y donde, evidentemente se quedaban pegadas las moscas (cargar el bulto de
tortillas, que se envolvían en papel de despacho era un suplicio, porque las
tortillas estaban calientes). Si nos faltaba verdura que no encontráramos en
“La Norteña”, nos pasábamos con “Coronado”, y más valía que encontráramos lo
que buscábamos, porque si no teníamos que ir hasta con el “Caresol”.
A veces llegábamos de volada a
saludar a mi nana Irene en el “Río Sonora”, y después nos veníamos a la casa,
pasando por la “Casa Tanaka”, dando vuelta por el “Bellotal”, llegábamos con
los chinos para comprar el frijolito para el “chopsuey” y algunos “saladitos”
(no se porqué pero en la banqueta enfrente de los chinos se sentaba “El
Bulla”), y cruzando la calle (ingenieros) estaba una embotelladora creo que de
la Coca-Cola, con unos grandes ventanales donde pasaban botellas por una banda
y un trabajador apartaba las que contenían cuerpos extraños (generalmente
insectos).
Llegando a la casa y guardando el
mandado, mi amá repartía los dulces a mis hermanos: una cajita de pasas, una
barra de chocolate o una caja de “esquite” con cacahuates, que eran los
preferidos porque traían un premio adentro. Si todavía era temprano, cuando ya
tuvimos televisión (si mi apá no había llegado y estaba viendo el beisbol
botaniando charales secos, u ostiones ahumados, con unas Superiores de cuartito
bien heladas), invitábamos a los compañeros del barrio a ver a “tarzán”, o al
“UNCLE”(Agente del Cipol) o al “FBI”, aunque dejaban toda la casa apestosa a
“patas” y a “miados” (decía mi amá), y salíamos a jugar un rato, corriendo por
los cerros entre los mezquites, comiendo péchitas y chúcata, y cuidándonos de
los tobosos.
Los juegos cambiaban por
temporadas. A veces era el trompo, el
yoyo, el balero, que en las “Curios” los podías conseguir de cualquier tamaño,
y si no, los hacías con un bote de verduras, un palito y una cuerda. Las
“canicas”, cuidando tu “tiro”, usando los “canicones” para pegarle a más, y cambiándolos por “chilindrinas” si te
quedabas dentro del círculo (anunciando que las chilindrinas las cambiarías si
perdías) y además gritando “sin cuarta ni copis”. A los “hoyos”, a los
“quemones”, y más grandecitos al “carro” y a los “palitos”. En los tiempos de
viento, había que subirse a una loma para volar “papalotes”, era divertido si
el viento corría al Norte, porque los papalotes llegaban con suerte hasta la
línea internacional, y si se cortaban llegaban a los cerros altos de Nogales
Arizona, pero si el viento cambiaba el papalote quedaba al alcance de los de la
“capilla” que de volada nos lo robaban de un brinco. Más grandecitos, o
acompañando a los grandes, fue tiempo del “beisbol” llanero, donde la primera
base nos quedaba exactamente enfrente de la casa de la “Sorda”, y ahí quemaban
la basura, así que en una barrida te levantabas negro, y a veces como me pasó,
con una piedra picuda enterrada en la rodilla. Cuando jugábamos con los de la
“reforma” (a nosotros nos decían los de la Abelardo, porque vivíamos muy cerca
de la escuela), en el baldío del “panteón”, si perdíamos nos agarraban a
pedradas, y si ganábamos también, pero forzosamente, tarde o temprano tenían
que pasar por el “callejón Libertad” para ir a la Escuela, así que las
“pedradas” eran más para asustarnos que para darnos, porque le tenían miedo
a mis primos (eran como seis bien
bravos) o a los “Machuca” del Callejón. Los de la reforma eran los Acuña, los
Aguirre, los Camachos, los Alvidrez y otros que el paso de los años va
destapando.
Los
juegos intrépidos era amarrar una piola en un mezquite, y columpiarse para un
voladero. O en una ladera empinada de cantera liza, echar arena y dejarse ir
por la fuerza de gravedad arriba de un cartón colina abajo. Lo que funcionaba
muy bien era resbalarse en ésas pendientes en llantas, pero el problema era
subir la llanta de nuevo. Si la llanta era grande, podían montarla hasta cuatro
y era un desparramadero de chamacos si alguno se soltaba. Ese juego nos lo
prohibieron porque, una vez que mi primo el “Chuy” iba rodando un llantón
colina arriba, se resbaló y la llanta con una velocidad cada vez mayor rodó sin
control, y paró cuando agarró por el centro y por la espalda a la “Sorda”,
cariñosa Señora que debe de haber pesado unos 100 kilos, y que iba equilibrada
con dos gigantescas bolsas de mandado, y que jamás había sentido elevarse tanto
del suelo.
Nadie
salía herido. Bueno, mi hermano Mario una vez se resbaló corriendo para elevar
un papalote, y la mano le quedó ensartada en una botella quebrada, y uno de mis
primos se cayó de una barda y se quebró un brazo, pero no pasaba de eso.
Pero
los tiempos cambiaron. Ya mis primos y los demás grandes ya no querían
ensuciarse. Salían muy bañados y con un copete tieso oloroso a “tres flores” o
glostora a platicar en el poste de abajo y ver pasar las muchachas de su edad
en minifaldas. No sé porqué lo consideraban más divertido que jugar a “los
vaqueros”. Después mi nana vendió su restaurante el “Rio Sonora”, y mi tío
Mundo se fue a vivir al otro lado, llevándose a toda mi primada y el barrio se
quedó a media alma. Pacabalarla, mi hermano Mario empezó a cultivar una pasión
extraña: compraba discos de 45 revoluciones de música que yo no entendía ni me
gustaba: los cridens, gran funk y otros, pasión que lo ha acompañado hasta la
fecha, por lo que su colección es gigantesca y envidiable (ahora si le entiendo
a esa música).
Luego, entendí
porqué las muchachas en minifalda eran mejor que jugar a “los vaqueros”… y la
niñez cronológica pasó.
Al igual que los trompos, el
valero, los yoyos, el carro, los palitos, los hoyos, los papalotes, las lianas
en los mezquites o piochas.
Las péchitas, la chúcata y las
cobenas.
Deslizarse montado en una llanta
por una ladera empinada y resbalosa, dejó de ser lo más intrépido y
emocionante.
A mi amá ya la llevaba mi apá al
mandado en carro al otro lado.
Al
terminar la Abelardo, hice la secundaria en la Técnica 65, que quedaba hasta el
otro extremo de Nogales, casi llegando a la Capillita de “San José”, pasando la
garita, y el barrio me pareció minúsculo. El horizonte se extendió a todo
Nogales: la capilla, la reforma, la buenos aires, la héroes, la Vázquez, el multifamiliar, el mono bichi,
el dedo de Juárez, la canal, el ferrocarril, Pemex, el hospital, salubridad, el
estadio, la Vía de Veira y otros más.
Llegó
el tiempo de estudio en serio (no como en la primaria), del acné y del Cleracil
primitivo (había para piel blanca y piel
negra, pero no para morenos por lo que si yo no parecía empanizado, parecía
tiznado), de las fiestecitas de las que había que llegar a casa antes de las
doce de la noche, de aprender a bailar, de rasurarse y de ponerse corbata.
Extraño aquellos sábados llenos
de mi madre, mi padre y mis hermanos.
Extraño a mi niñez de ése tiempo
(puedo lidiar con mi niñez actual).
Extraño a mi barrio de ése
tiempo.
Extraño a mi Nogales de ése
tiempo.
Jesús Hidalgo Contreras.
Miércoles, 4 de Enero de 2010.
Soy yo!
ResponderBorrarQue suave te la pasabas jefe, me da gusto. soy el julio!
ResponderBorrarNo había siquiera radios de transistores. la primera televisión blanco y negro que llegó a mi casa, yo creo que yo tenía como 7 años. No había juegos electrónicos, por lo que teníamos que jugar en la calle, y las calles eran más seguras que ahora.
BorrarQue bonitos tiempos, hace días los recordábamos la Chela y yo, cuando íbamos con mi abuela y nos encantaba comer pan con chocolate y después salir a la tiendita a comprar chicles motitas..Recuerdas?
ResponderBorrarExcelente narracion plena en recuerdos y nostalgia. Saludos Jesus.
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