La Máquina de escribir.





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LA MÁQUINA DE ESCRIBIR.

Yo nací y crecí con ése ritmo. El de la máquina de escribir.
Mi padre es contador, y en aquellos lejanos tiempos de mi niñez, además de laborar de ocho a diez horas en un despacho de contadores, y después en una gran empresa (Maderería Sánchez), para completar los ingresos necesarios llevaba pequeñas contabilidades, las que desarrollaba después de su horario normal, y en una pequeña oficina en casa, enseguida de donde dormíamos mi hermano y yo. Primero eran unos cuantos clientes, generalmente amigos, hasta que fueron los suficientes para que años más tarde mi padre se independizara y formara un despacho contable propio de respetable renombre. Nada era eléctrico. Ni las máquinas de escribir, ni las posteadoras, ni las sumadoras.
La máquina de escribir hacía un ruido melódico: sonaba “scuch scuch” cuando se introducía la hoja y se avanzaba, y cuando se escribía sonaba “ratacata tatrataca”
Cuando se aplastaba la mayúscula, que mi padre tenía la manía de aplastarla varias veces: “tuc Tuc”
Y cuando la página llegaba al margen se oía la campanita y luego el jalón para pasar al siguiente renglón: “tín….rrrrracccc”
La melodía entera era:
“Scuch scuch..
Ratacatarraca catarrraca Tuc Tuc ratacatarraca catarratacaTIN
Rrrrrrrrraccccc
Scuch scuch”
La posteadora, que era una máquina mecánica de gran carro, hacía un ruido parecido, pero más rítmico.

La sumadora era un “tac tac” al pisarse las teclas, y un “rrrucu” al halarse la manivela:
“Tac tac tac  rrucu
Tac tac tac tac  rrucu
Rrucu  rrucu”
Mi padre escribía con los dedos medios, sin mirar las máquinas, y a una velocidad que jamás podré igualar ni con el tablero de la computadora.
Pero además, los golpes eran fuertes, porque tenían que pasar hasta la última hoja a través de los pasantes de carbón.

Mi madre también era muy buena mecanógrafa. Cuando ella escribía, sonaba como el Vals “Julia”, en lugar de la “Danza Húngara N°5” de mi padre. Ella me enseñó a hacer ejercicios mecanográficos para que utilizara todos los dedos de la mano, totalmente sin éxito, porque escribo como mi padre, más un dedo más de cada mano, a respetable velocidad. Fue ella la que me regaló, cuando me fui a estudiar la preparatoria, una pequeña máquina portátil que fue mi compañera hasta que terminé mi carrera.
Fui siempre un estudiante exitoso, y mi secreto, era pasar mis apuntes y resúmenes a máquina, de tal forma que después ya no tenía que estudiarlos, sino simplemente leerlos. Mis apuntes a máquina ayudaron a más de dos compañeros a aprobar sus cursos, además que “rolaban” mi apuntes por todo el salón de clases, y eran las hojas que se tiraban al cielo cuando salían del examen con calificación aprobatoria.

Al salir de la Universidad y en mi práctica como abogado, el ruido de la máquina de escribir era una clara evidencia de que había trabajo. Las máquinas silenciosas presagiaban fracaso, o cuando menos, que no habría dinero para pagar la secretaria y la renta de la oficina. Todos queríamos que nuestras máquinas de escribir hicieran ruido, sonido que perduró hasta las máquinas eléctricas, y que fue acallado por el susurro de los tableros de las computadoras.
            En mi niñez, el ruido de las máquinas de escribir mecánicas y de las sumadoras mecánicas me adormecían plácidamente, porque era la confirmación de que mi padre estaba en casa.
            Fueron tales máquinas también un instrumento para que mi madre, al enseñarme amorosamente a manejarlas, se convirtiera en mi compañera de estudio, y en mi apoyo para toda mi vida, ya que raramente dicto a secretaria, pues por regla general hago mis propios escritos.
Scuch scuch. Ratacatarraca ratacatarracarata Tuc Tuc ratacatarraca TIN
Rrrrac
Scuch Scuch

Lic. Jesús Hidalgo Contreras.
Junio/2013


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