CRÓNICA DE UN SUEÑO DE MUERTE.



Crónica de un sueño de muerte
I.
Llegó mi tiempo.
Bueno, mejor dicho, se me acabo el tiempo. Me siento ingrávido como una idea. Veo mi cuerpo tendido dentro de un féretro. Es mi funeral. No hay mucha gente. Mi esposa, como siempre, no cambia su semblante. Se le ve serena y fuerte. Mis hijas lloran en silencio: de Margarita veo su dolor y como corren sus lágrimas por sus mejillas. De Susy, veo sus esfuerzos para verse dolorida y compungida, pero en realidad no puede ni quiere llorar para no arruinar su maquillaje. Mis dos hijos varones están en una esquina. Perfectamente vestidos con trajes oscuros, platicando entre ellos, sorbiendo café, con una mirada melancólica pero sus gestos son más de alivio. Se esperaba que mi enfermedad fuera larga y costosa, con mucho sufrimiento, pero la sabia debilidad de mi cuerpo pudo resolver en forma oportuna mi situación. 

Por fuera de la funeraria están mis amigos de toda la vida, sonrientes, abrazando a cada uno que va llegando con alegría como si fuese una de nuestras reuniones anuales, lo cual, si estuviera vivo, me llenaría de gozo. Parece que están contentos de que haya sido mi turno y no el de ellos. Hay otros grupos pequeños que meditan y hablan mientras fuman de lo buena gente que fui, de la profesión que me forjé, de los buenos hijos que crié y Matías dice que, sin embargo, a veces mi carácter se parecía a la semilla de limón perdida entre los rábanos de un pozole. Siempre usando los clichés más explicativos. Puedo verlos a todos, oírlos a todos, moverme entre todos, pero no tengo cuerpo, ni siquiera el cuerpo etéreo de un fantasma. No siento dolor, no siento hambre o sed y no siento cansancio.

II.
            No sé si han pasado minutos, o días. Abandoné aquella funeraria, aquellas calles, aquella ciudad, aquel planeta,  y hoy me encuentro flotando en medio de una nube de pequeñas lucecitas, como si formase parte de un río. Quizá yo también sea una de esas luminosidades. Es como una interminable vía láctea que avanza. 

            ¡Vaya! Ya puedo percibir, en cada lucecita una silueta de lo que fue en vida. Si estuviese vivo me sorprendería, pero no ahorita. Enseguida de mí, la luminosidad tiene forma de alpaca. Enfrente de mí, un perro. Y empiezo a distinguir otras formas: personas de todas las edades, toda clase de animales, incluyendo insectos ¡toda forma de lo que estaba vivo!. Aves, peces, mamíferos grandes y pequeños, que flotamos sobre otra alfombra de luces que avanza también y que se ve como follaje, pero todos, absolutamente todos, somos lo mismo. Pequeñas lucecitas que juntas avanzan en una procesión interminable.

III.
            No se si han pasado muchas horas, unas semanas o un millón de años, porque la percepción de tiempo ya no existe, y mientras avanzo en éste inconmensurable río de puntos luminosos entiendo que la vida es vida, cualquiera de las formas que tome.

IV.
            Mientras percibo la presencia de la luz de un brioso caballo, con sus crines flotando fantasmalmente y trotando en el espacio, me pregunto: ¿Por qué los humanos nos sentimos la obra máxima de un creador, si toda forma de vida es sorprendente? ¿Por qué pensamos que somos a imagen y semejanza de un creador, cuando en realidad somos una especie depredadora y destructiva? ¿Como pudimos imaginarnos que éramos superiores, cuando destruimos a otras especies hasta desaparecerlas de la faz de la tierra, y nos autodestruimos en un inocuo deseo de dominación y poder? Las otras especies podían causar muerte, pero por sobrevivencia, para alimentarse, no para coleccionar trofeos o sentir el gusto de arrebatar vida, o de imponernos y explotar a otros seres.

V.
Si hay un creador al que se le antojó una especie a su imagen y semejanza, tendría que ser una especie perfecta que ni tan siquiera pudiera tener el concepto de bien y del mal, porque en su perfección no existiría el mal. ¿Podría ser un delfín? ¿una marmota? ¿un hongo? ¿un árbol? Recordé las imágenes de culturas que en el pasado tenían como dioses a animales, reales o mitológicos, o mitad humanos y mitad animales, o que rendían respeto a un árbol.

IV.
            No se cuánto tiempo ha pasado, porque el tiempo no existe. Se nos han unido otros ríos de luces que posiblemente sean lo que fueron formas de vida de otros planetas, y nos estamos dirigiendo a una estrella muy luminosa, alrededor de la cual empezamos a girar como si fuésemos anillos de un planeta.

  V.
            ¡Esa luz¡ ¡Intensa sin ser cegadora¡ Y veo ya su majestuosa figura.
 ¡Si existe una especie a su imagen y semejanza ¡  
Pero no somos los humanos.
No somos los humanos.

Hermosillo, Sonora, a 11 de octubre de 2017.

Lic. Jesús Hidalgo Contreras.

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